Caza Social y Gestión

¡Malos tiempos corren para este binomio!

Caza Mequinenza
Vaya por delante que soy de los que opina que en nuestra actividad, todos tenemos cabida. Todos aquellos que regidos por unas normas veladas o escritas disfrutan de la sierra con ética y respeto por el Medio que nos regala la posibilidad de cazar en él. Todos aquellos que entienden la caza como el aprovechamiento racional de unos recursos que la madre naturaleza pone a nuestro alcance a cambio de sensatez y amabilidad. Todos aquellos a los que la pasión arrastra a acariciar terrones o besar heladas mañanas de invierno con la ilusión de atisbar una porción de naturaleza salvaje que haga estallar nuestros sentidos. 

Y a pesar de ello, no puedo negar la enorme satisfacción que sentí al leer un artículo de opinión titulado ¿a que cojones estamos jugando? de mi buen amigo Juan Carlos Calvo. Por fin, alguien plasmaba por escrito en un medio de difusión una realidad palpable. Realidad que todos vemos pero que parece que nos cuesta reconocer.

Yo, defensor a ultranza de la caza social y partícipe de la misma, reconozco que llevo un tiempo descolocado. Necesito una reorganización, pero ya no se si de mis propias bases cinegéticas o del ordenamiento general de la actividad.


Voy a intentar explicarme. Es cierto que existe cierta demanda de caza fácil, abundante, casi de salón y como tal deberíamos reconocerla. Entiendo que si esa actividad es reconocida y regulada de forma específica no debe ser obstáculo para otro tipo de aprovechamiento más ancestral y noble.

Hoy día en nuestras mal llamadas Sociedades de Cazadores, cada vez existen más voces que entorpecen el trabajo social. Son voces que suelen participar de forma asidua en alguna que otra cacería de explotaciones económico-cinegéticas (no confundir con cotos de reglamentación específica) donde prima la cantidad de presas abatidas por encima de la extracción racional y ética del excedente de una determinada especie. Esas mismas voces pretenden transformar nuestros cotos sociales en calcos de esas explotaciones con la única intención de venderse como extraordinarios gestores cuando en realidad, son el principal obstáculo de la buena gestión cinegético-ambiental.

Identifiquémoslas, tanto las voces como las explotaciones económico-cinegéticas que se esconden detrás de nuestras Sociedades de Cazadores, y ofrezcámosles su espacio, se lo merecen, son oferta y demanda reales, llamémosles Caza A o Caza B pero admitamos su existencia. Creémos los espacios necesarios para cada uno y disfrutemos de nuestra actividad de la forma que cada cual la entienda. Eso facilitaría la labor de aquellas sociedades que trabajan y gestionan su territorio con la única intención de generar un espacio medioambiental equilibrado donde poder practicar una caza regida por la extracción racional y sostenible de individuos de cada especie, a la vez que permitiría reglar de forma específica cada área según su tipo de explotación. Todo sería caza, reguladas de manera diferente, puede, pero caza.

Destapemos el tarro de nuestras mejores esencias, demos un paso adelante, cambiemos el nombre de nuestras sociedades por algo así como Sociedades Ecológicas de Caza y Gestión Natural o Entidades Ecológicas de Gestión y Aprovechamiento Cinegético con toda la “carga” que ello pueda conllevar y diferenciémonos de forma tangible por hechos e intenciones de otro tipo de agrupaciones.

Tengamos el valor de cerrar la caza de determinadas especies de forma prematura en años aciagos como el pasado 2012 sin miedo a que las voces nos levanten la camisa en bares y mentideros, ellas tendrían su espacio, reconocido, legal, respetado. Podrían seguir practicando la caza que les gusta mediante sueltas o refuerzos de forma totalmente legal y el resto podríamos disfrutar de nuestro coto gestionando cultivos, lindazos, manteniendo charcas, generando valores sociales, medioambientales, culturales…… disfrutando de perdigones, gazapos, rayones o gabatos  nacidos en época y de forma totalmente silvestre.

Que razón tienes Juan Carlos, ¿a que estamos jugando?

Miguel González Hernández